Skip to content

Hablemos de Coaching

Andrés Monroy (Publicado el: | 29 de Mayo de 2012)

Una amiga me llamó en estos días y me dijo: “me siento atascada, no  avanzo, todo se detiene y me deprimo…”.

Sus palabras me tomaron de sorpresa pues hasta hace unos años era una de esas gerentes que sobresalía en el área a la que se ha dedicado con esfuerzo y gran éxito. ¿Qué pasó que después de verla surfeando con seguridad grandes olas, la escuche ahora chapaleando su impotencia?

Quizá lo que le ocurre a mí amiga es un síntoma que viven muchísimas personas, producto de la dificultad para adaptarse a los cambios. Ocurre cuando no vemos el cambio venir, y pretendemos seguir solucionando situaciones hoy utilizando las mismas herramientas del pasado, cuando el contexto era otro.

Para muchos el cambio es invisible, hasta que se dan cuenta que se han quedado atrás. Entonces perciben con horror que las soluciones y vías de acción que plantean sencillamente no producen los resultados que antes producían, y por mucho que dan brazadas para llegar a la orilla, mientras más se esfuerzan, más la marea los aleja de su objetivo.

El Principio de Peter, aquel viejo libro publicado en los años sesenta, sigue teniendo hoy vigencia, no solo en relación con el aspecto organizacional, sino muy principalmente con el aspecto humano.

El axioma de Peter establece que en algún momento, si te sobrevaloras en exceso y no haces algo al respecto (algo así como dormirse en los laureles), alcanzarás un nivel de incompetencia en lo que haces. Matemáticamente.

Ese nivel de incompetencia ocurre porque nos rezagamos, pues el creer que “hemos llegado” nos proporciona una falsa ilusión de seguridad, de allí que desestimemos  desarrollar la, o las competencias, que el momento actual de nuestras vidas pudiéramos estar demandando.

Pero esas competencias no están solo referidas al hecho de actualizar conocimientos técnicos sobre tal materia (eso sería lo de menos), sino muy principalmente al hecho de desconocer cómo desarrollarnos en lo interno, y eso tiene relación directa con ignorar nuestro inmenso potencial, y mucho más con el cómo acceder a él. Mirar hacia el interior no es tarea fácil.

Una vez que despertamos, que nos damos cuenta que el éxito no es una estación de llegada sino el camino, podemos llegar a sentimos abrumados e incompetentes al percibir que no disponemos de estrategias para la consecución de los objetivos que nos acerquen a la visión, a lo que queremos ser, y que las cosas que veíamos con claridad hace unos años hoy están inmersas en una espesa neblina que hace difícil emprender cualquier acción, llevándonos a la desesperanza, el atascamiento y la frustración.

En ese punto nos sentimos “quemados” y no sabemos por qué. La velocidad con que andamos en estos días, la inmediatez, la necesidad de generar resultados, nos lleva a dar brazadas en todas direcciones.

No obstante, el potencial sigue estando allí, los deseos bullen en tu interior. Las posibilidades del éxito y de logros continúan a la espera, a pesar de nosotros mismos. El tema es ¿Cómo se accede a ese potencial? ¿Cómo nos conectamos con ese talento innato? Una cosa es segura, no se puede hacer de manera improvisada, y, salvo muy contados casos, de manera solitaria. Tampoco elaborando una lista de buenos deseos.

Se requiere pues de un proceso de acompañamiento individualizado y sistemático por parte de un Coach, que conduzca a la persona (coachee) a liberar su talento a partir de la detección de sus fortalezas, sus oportunidades de mejora, y de la elaboración y seguimiento de un plan de acción concreto, y orientado a los objetivos que se ha propuesto, para cubrir el vacío que hay entre lo que se es y lo que se quiere ser.

Ese acompañamiento, con orientación definida, a partir de un proceso conversacional y un compromiso de cambio a toda prueba, es lo que se conoce como Coaching, una poderosa herramienta de transformación, para alcanzar con satisfacción la transición entre lo que estamos haciendo hoy, y lo que queremos lograr desde una postura sistémica y ecológica.

Es un proceso de aprendizaje que garantiza la adaptabilidad a los cambios y procura un nivel de competencia continúo. En pocas palabras, se trata de asistir a la persona/cliente para que se reconecte con su poder y sabiduría interior, y vivir así una vida más plena y efectiva.

El proceso de Coaching es fundamentalmente conversacional, y más específicamente de hacer preguntas de formato abierto. El Método Socrático (el empleo combinado de la ironía y de la mayéutica) conduce a la persona, inevitablemente, a mover sus pensamientos desde el lado racional del cerebro (hemisferio izquierdo), hacia  su lado emocional e intuitivo (hemisferio derecho), haciendo que la persona se conecte con su sabiduría interior, esa que le permitirá ver más allá de lo que hasta ese momento solo podía mirar.

Hay un principio universal: para el ser humano es imposible no contestar preguntas, tan imposible como no comunicar. De esta forma, sus respuestas a nuestras preguntas revelarán  las acciones que debe realizar para influir en los cambios que éste desea en su vida.

Veamos un ejemplo muy sencillo para comprender mejor este asunto.

Hace algún tiempo dictaba un taller de Coaching a un grupo de supervisores de una reconocida empresa. En  un momento determinado pregunté  quien estaba dispuesto a participar en una sesión “en vivo”. Para mi sorpresa, Laura, una asistente que hasta ese momento se había mantenido muy retraída, levantó de inmediato la mano. La práctica se llevó a cabo, resumidamente, así:

Andrés: Hola Laura, ¿Qué aspecto de ti, con el que no estás conforme, te gustaría cambiar?

Laura: Me gustaría cambiar el hecho de que me cuesta reírme…

Andrés: podrías, por favor, ser un poco más especifica.

Laura: me cuesta mucho reírme a pesar de que me gustaría hacerlo…pero no puedo…

Andrés: ¿Qué te impide hacerlo?

Laura: ¿Qué me impide hacerlo? …la verdad es que no lo había pensado…solo sé que me cuesta mucho…nunca lo he hecho…

Andrés: ¿realmente nunca en tu vida te has reído?

Laura: Bueno…nunca no…recuerdo cuando era niña que si lo hacia

Andrés: ¿y en qué momento dejaste de hacerlo? ¿Qué pasó para que esa niña que antes reía dejara de hacerlo?

Laura: (genera un estado de profunda tristeza). Una vez estaba jugando con mis hermanos menores en la sala de mi casa y nos reíamos mucho por algo muy gracioso que había ocurrido, no recuerdo que, pero yo reía a carcajadas. En ese momento llegó mi mamá y me dijo de una manera airada que las niñas no deberían reírse de ese modo, pues no era decente hacerlo,  y como yo no podía dejar de reírme me dio una bofetada.

Andrés: ¿Qué edad tenías?

Laura: como unos cinco o seis años

Andrés: ¿Cómo te sentiste en ese momento?

Laura: no lo sé…confundida supongo, pero entendí que para ser decente una no debía reírse.

Andrés: ¿Qué piensas tú de eso hoy, a tus treinta años?, ¿Qué te dices a ti misma cuando te escuchas diciendo esas cosas?

Laura: (iluminándosele el rostro y esbozando una gran sonrisa) ¡que es mentira!, ¡¡que es una gran mentira!!

Andrés: Entonces… ¿Qué crees ahora con relación al acto de reírse?

Laura: que no hay ninguna relación entre el reírse y lo decente o indecente que una pueda ser.

Andrés: siendo así, ¿Qué conductas específicas te gustaría realizar a partir de este momento?

Laura: ¡reírme cuando se me antoje sin pensar si estoy haciendo mal!

Andrés: bien, ¿y cómo sabrás que estás avanzando en la dirección correcta?

Laura: porque en lugar de sentirme cohibida, me sentiré liberada las veces que algo me parezca gracioso y lo pueda disfrutar.

A partir de ese momento, y para afianzar el cambio en la creencia de Laura le dimos como tarea: para el día siguiente del taller contaría  a la clase al menos tres chistes (cosa que nunca había hecho), y mientras más subidos de tono mejor.

Tal como habíamos acordado, Laura, con la complicidad de sus compañeros expertos en la materia, sin mucho esfuerzo narró los chistes de una manera natural y tan graciosa que todos los celebramos con aplausos y carcajadas.  Laura, la niña, reía y reía, liberada después de años de sometimiento a una falsa creencia instalada en su infancia.

Simple, contundente y elegante, así funciona el Coaching, así también funcionan nuestros programas mentales, esos que instalamos en algún momento de nuestra vida, y que consideramos inmutables, verdad absoluta, cerrándonos la posibilidad de ser felices, de lograr nuestras metas, de tener una vida plena.

¿Qué aspectos de tu vida social, familiar, laboral o espiritual, te gustaría cambiar? Te invito a acércate al Coaching, te sorprenderás de sus alcances y de las posibilidades que ofrece para la expansión de tu ser.