El riesgo de las palabras (Cómo hacernos comunicadores eficaces)
El fatídico NO
Nuestro cerebro para poder representar experiencias en forma no lingüística, utiliza recursos de percepción que obvian el no, por lo tanto su atención atrae la experiencia mencionada. Si desea un cambio, plantee sus opciones siempre en positivo. Por ejemplo: “No voy a comer…” (beber, fumar, gritar, ofender) atrae en imágenes el acto pensado, facilitando que lo hagamos aunque no queramos. En su lugar podemos decir: “Voy a comer frugal” (tomar agua, respirar aire puro, hablar pausado).
Las obligaciones y limitaciones
Se trata del uso de verbos descontextualizados que suelen obedecer a limitaciones en nuestra educación. “Debo…”, “tengo que…” o “no puedo…”, siguen normalmente prejuicios, limitando nuestras posibilidades reales de acción. Sustituirlos por “He decidido”, “me conviene” o “estoy dispuesto” es una opción de apertura, así como preguntarnos ¿Qué pasaría si …?
Las Cosificaciones
Forma terrible de limitar la experiencia, consiste en convertir en cosa lo que es un proceso. “No siente amor”, “confía en la libertad”. Amar y liberar son verbos, acciones, no cosas que impiden la posibilidad de especificar y flexibilizar lo que hacemos en esos instantes. “¿Cómo me amas?”, es una pregunta que abriría posibles opciones de mayor expresión amorosa, p.e. O preguntar ¿cómo específicamente…?
Las hiper y las hiporresponsabilidades
Decir “yo soy” es una forma de cosificación de acciones que puede limitar nuestra vida en forma importante: “soy tonto, gordo, feo, etc”, predispone a actuar siempre de la misma manera. La experiencia demuestra que somos capaces de responder de muchas formas posibles si así lo intentamos. “En ese momento hice una tontería”, “para fulano(a), cuando me visto X, resulto feo”, son formas de expandirnos hacia conductas más ricas y gratificantes.
Decir: “Uno es así”, es alejarnos de la responsabilidad de nuestras acciones, limitando nuestra capacidad de aprender. “ Soy responsable de…” es asumir que mis acciones están bajo mi comando y puedo hacerlo bajo mi dirección, si descubro cómo y me doy la oportunidad de ensayarlo.
Los terribles universales
“Siempre el mismo tonto”, “Nunca voy a rebajar” (dejar de fumar, aprobar la materia). Si se descubre diciendo esto, por favor intente otra cosa, p.e.: “Déjame ver cuando fue que actué inteligentemente” (respiré aire puro, aprobé una materia difícil) para repetir lo que hice.
Los “temporales”
En ocasiones queremos resolver una situación pero seguimos utilizando el tiempo presente para hablar de ella. Si lo que queremos es deshacernos de una actitud problemática, conviene colocarla en pasado: “Yo hacía o actuaba … (de tal manera)”
Las odiosas comparaciones
Al establecer un comparativo, “soy lo peor” por ejemplo, solemos olvidarnos que la comparación siempre implica LA PRESENCIA DE LO COMPARADO. Conviene trazar la oración completa preguntando ¿Comparado con…?
Los juicios prejuiciados
Cuando recurrimos a evaluar situaciones ignorando el contexto de realización y basándonos en ideas previas. “Estoy seguro de que es malo”, p.e. Es importante considerar los orígenes y consecuencias de la afirmación: ¿Quién dice que es malo? ¿Para qué nos sirve calificarlo de malo?
Las conexiones innecesarias
Una de las formas más terribles de limitar nuestras experiencias y bloquear el aprendizaje y el mejoramiento continuo. Consiste en suponer que una experiencia está ligada a otra por necesidad, p.e. “actuar rápido implica estresarse” o “sonreír a un desconocido implica que seré amenazado, pues debo ceder a su solicitud”. Explore detenidamente sus pensamientos, sentimientos y acciones para detectar estas formas limitantes. Se sorprenderá y crecerá muchísimo.
El habla generalizada
Solemos expresarnos en forma muy inespecífica y esto a veces limita nuestras posibilidades de mejoramiento continuo. Conviene, cuando nos encontramos encerrados en trampas psicológicas llevar a niveles muy específicos lo que hacemos y actuar con el sano criterio que deriva del descubrimiento: “No puedo dejar de …(comer, beber, flojear)” lo sustituimos por las respuestas a la pregunta: ¿Cómo es que hago para… (comer, beber, flojear)?. A esto lo llamamos el arte de trocear o segmentar adecuadamente cada frase u oración que salga de nuestra boca o pensamiento.
“Muéstrame que cosas dices y te diré quien eres”