La salud emocional de los niños
Virginia Satir, una reconocida terapeuta familiar, decía: «La familia es un microcosmo del mundo. Para entender y cambiar el mundo hemos de empezar por estudiar y cambiar a las familias»
Sus palabras nos recuerdan que en el seno de cualquier familia se pueden producir las mismas luchas de poder, la misma falta de comunicación y de entendimiento que se pueden dar entre naciones. Y si no somos capaces de lograr un ambiente favorable en nuestra propia familia ¿cómo podremos siquiera imaginar la paz mundial?
Se dice comúnmente que los niños son el futuro. Así que el lugar en el que crecen los niños desempeña un importante papel en el desarrollo de su historia individual, pero también en la historia de la humanidad. Los padres, por lo tanto, tienen en sus manos una tarea de gran responsabilidad, tal vez la más difícil. Con su actitud y su manera de educar dan forma a lo que más tarde serán sus hijos. Es una tarea continua, pues en cada decisión, en cada gesto, un padre está educando. Y además es una labor en la que no existen reglas fijas, pues ningún hijo ni ningún padre es igual a otro.
SER NIÑO HOY
La mayor parte de los padres quieren que sus hijos tengan éxito, que lleguen a ser buenas personas, que no tengan problemas graves, que sean felices. Por eso se les busca un buen colegio, se vigila su alimentación, se les cuida. Pero la educación no está completa si descuida el equilibrio emocional, que es precisamente donde más desorientados suelen estar los padres actualmente y donde más niños suelen tener problemas.
Se suele decir que los niños de hoy en día lo tienen todo. Y, ciertamente, a la mayoría a nivel material no les falta de nada. Pero, en muchos hogares ambos padres trabajan, los niños acuden a múltiples actividades extraescolares y apenas se disfruta del tiempo compartido en familia. Esto repercute que, en general, quede poco espacio y poca energía para dedicarlo a la educación de los hijos, y que éstos se acostumbren a crecer bastante a su aire.
Por otro lado, a pesar de que se les dan todas las facilidades, a menudo los hijos se sienten presionados por tener que llegar a la altura de las expectativas de sus padres. Ser competente y exitoso a todos los niveles es lo que más se valora en la actualidad, y los niños no escapan de este afán generalizado. Sin embargo, mientras un niño no logre estar contento consigo mismo y sienta que los demás también lo están, inevitablemente será infeliz, por muchos cosas que consiga.
Conseguir que los niños tengan un buen equilibrio emocional no es una tarea fácil, pero siempre es posible realizar cambios para lograr un ambiente más favorecedor. Para eso es necesario que los padres, que son los que llevan la batuta familiar, sean más conscientes de sí mismos y de la relación que mantienen con sus hijos, desarrollen cierta apertura para aceptar los cambios, y se acompañen de un gran sentido del humor y paciencia en este largo proceso.
AYUDARLES A CRECER
En el desarrollo de sus hijos los padres son los encargados de plantar la semilla, de regarla y ayudarla a crecer. Sus funciones esenciales son, por una parte, dar la nutrición necesaria y, por otra, conseguir que acepten y cumplan ciertas normas. La primera función vendría a ser como aportar el agua, el abono y la tierra fértil que necesita toda planta para alzarse fuerte y sana, y que en los niños se traduce en una buena base de afecto y valoración hacia su persona. Sin esta nutrición la planta crece endeble y los niños inseguros. Mientras que la función normativa sirve para guiar el crecimiento hacia una buena dirección. Así como se podan y se ponen guías a algunas plantas y árboles, los hijos necesitan normas y límites para que su conducta llegue a estar bien adaptada. Si esto no existe los niños se sienten perdidos, sin referencias, y no aprenden a aceptar la frustración que conlleva no poder hacer siempre lo que se desea.
Conseguir una balanza equilibrada entre estas dos funciones es uno de los mayores retos a los que se enfrentan los padres. La excesiva indulgencia puede llevar a que los hijos se vuelvan cada vez más exigentes y manipuladores, y que los padres pierdan el control sobre ellos a una edad en que los niños todavía no saben orientarse por sí solos. En tanto que la autoridad excesiva conlleva una relación distante e intimidatoria, en que el adulto abusa de su poder, y casi siempre desemboca en una falta de confianza del niño hacia los demás y hacia sí mismo.
ALIMENTAR SU AUTOESTIMA
La pieza básica para lograr un mayor equilibrio emocional es una buena autoestima. Los niños que se valoran a sí mismos son físicamente más sanos, se relacionan mejor, son más expresivos y corren menor riesgo de volverse dependientes –ya sea a sustancias, personas o cualquier conducta adictiva–. Su comportamiento corresponde a la imagen positiva que tienen de su persona, y en la construcción de esta autoimagen participan, obviamente, los progenitores.
A menudo los padres centran su atención en los fallos de sus hijos. Con buena voluntad les remarcan lo que les conviene corregir, pero esta actitud normalmente no surte el efecto deseado. Si los padres se encuentran encallados en esta situación pueden intentar dar un giro a su perspectiva, y esforzarse por hallar lo que les gusta de su hijo. Si empiezan a tener mayor fe en él y a ver sus cualidades por encima de sus defectos es más probable que el niño responda con una conducta acorde a esta imagen más satisfactoria de sí mismo. O, por lo menos, se le dará mayores oportunidades para hacerlo.
COMUNICACIÓN CLARA
Los niños tienden a interpretar que ellos provocan lo que sucede a su alrededor. Por esa razón es tan importante que en la familia los canales de comunicación tengan las menores barreras posibles. Así los padres pueden aclarar al niño la situación comunicándole directamente y con claridad lo que ocurre. Y los niños pueden sentirse con libertad de expresar comentarios o preguntas que bullen en su interior, lo cual les sirve para verificar o no sus sospechas.
También es importante no emitir mensajes contradictorios, pues provocan una terrible confusión en los niños. Cuando una madre dice: «no estoy enfadada», mientras su rostro manifiesta que está rabiosa, atrapa a su hijo en una situación sin salida. El niño no puede intentar remediar el enfado de su madre, puesto que ella no lo reconoce, pero por otro lado le está transmitiendo que ha hecho algo mal. Es fundamental intentar ser lo más congruente y sincero posible.
EL ORDEN FAMILIAR
Los hijos necesitan saber cuándo se comportan mal y cuándo hacen algo bien. Esto requiere que los padres fijen límites claros y se mantengan firmes en su posición. La coherencia y claridad a este nivel aporta estabilidad a los hijos. Por eso es esencial que ambos padres no se contradigan y lleguen a acuerdos antes de establecer estos límites. De lo contrario el hijo aprovechará esa brecha en la pareja para ganar poder, o se sentirá dividido sin saber a quién obedecer.
Las reglas familiares deben existir, pero se han de ir modificando de acuerdo a las necesidades crecientes de la familia. La adolescencia es un momento crítico en cuanto al cuestionamiento de estas reglas. Si los hijos chocan con una actitud rígida se les forzará a elegir entre el camino de la rebelión o el de la sumisión, y ambas alternativas menoscaban la autoestima.
Mantener el orden en la familia también significa que el niño sepa cuál es su lugar. Si los padres lo tratan como a un par o como el más importante, confunden su jerarquía, y de esta forma pierden autoridad. Pero también es esencial que el niño no se encuentre en medio de las luchas de la pareja, o tomando partido por uno de los bandos. Los hijos inmersos en los conflictos paternos les resulta difícil desvincularse de esta posición, es como si cada uno de sus padres tiraran de él en direcciones contrarias.
INTENTAR COMPRENDERLES
El punto de conexión entre padres e hijos son las semejanzas que los unen. Y es que cualquier persona, tenga la edad que tenga, tiene sensaciones y sentimientos similares. Buscando esta afinidad los padres pueden entender y acercarse a sus hijos, intentando imaginarse cómo se pueden sentir o recordando cómo se sentían ellos ante situaciones parecidas.
Cuando los adultos no reconocen ni expresan sus sentimientos les disgusta que los manifiesten sus hijos. Ocurre especialmente con emociones como la ira o la tristeza. Comentarios como: «no deberías sentir eso», son paradójicos, pues uno no puede evitar lo que siente, y transmiten la sensación de ser inadecuado.
Lo mejor para los hijos es vivir en un ambiente en que tanto adultos como niños se permitan manifestar lo que sienten. Aunque es importante distinguir entre expresar y actuar un sentimiento. Se puede aceptar que un niño hable o grite su cólera, pero no que rompa cosas o haga daño en plena rabieta. También es tarea de los padres enseñar a manejar de manera constructiva las emociones. En eso, como en casi todo, lo mejor es educar con el ejemplo.
IMPULSARLES HACIA LA AUTONOMÍA
Los padres no ayudan a su hijo si hacen las tareas por él, si intentan allanarle su camino para que no tropiece o le agobian con sus inquietudes cuando se ha de enfrentar a nuevos retos. El amor también significa respetar el espacio del otro, y para los hijos es muy importante saber que pueden conseguir las cosas por sí solos para ganar seguridad en sí mismos. Los padres pueden animar y demostrar su confianza, pero han de saber cuándo no interferir en los aprendizajes de sus hijos. Dar excesivas explicaciones y consejos puede ser a veces contraproducente, especialmente si el niño no los pide.
Sentirse aceptado sin condiciones en el núcleo familiar permite que un niño experimente la seguridad de tener un lugar en el mundo. Pero, para que todo funcione bien, este apoyo paterno también tiene que servir como pista de despegue para iniciar el vuelo hacia una autonomía cada vez mayor. Esto significa dejar partir poco a poco a los hijos.
Autora: Cristina Llagostera – Tomado de: www.psicoencuentro.com
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